jueves, 13 de noviembre de 2008

El fallo de el plan de vida

Una persona va tejiendo y destejiendo, a lo largo de su vida, proyectos a medida que corrige imposibilidades y cambios de orientación. Pero en la madurez suele haber un mayor aclaramiento respecto a lo que se desea de la vida.

El diseño de los deseos más importantes que se seleccionan, pretenden responder a las facetas humanas que más importantes son para el sujeto: confort material, vida amorosa, profesional, socio-cultural. Cada una de estas áreas ocupa un lugar en su vida cotidiana, y por lo tanto su bienestar depende de varios frentes a la vez.

Claro que presentamos un ideal, una especie de hombre renacentista muy completo. Nos interesa señalar cómo una persona planifica una vida rica y bien integrada para entender el caso contrario, en el que la planificación se limita a sólo alguna faceta, y puede que hasta mal.

Las sensaciones de intensidad y placer provienen del éxito en la realización de las distintas expectativas de la vida. Si una persona planifica mal, al llegar a la vejez se encuentra vacío y empobrecido, con una penosa impresión de fracaso.

El éxito vital, por tanto, viene ligado a la integración social de la persona en múltiples roles. Lo contrario de integración es aislamiento, soledad. Se trata aquí de una soledad que proviene de haber calculado corto, de no haber cuidado de ambicionar múltiples intereses vitales. Así, muchas personas no dan importancia a las relaciones sociales fuera de las familiares, o no se preocupan de la calidad de sus vínculos intrafamiliares, o no tienen otros intereses que los de su trabajo, o viven su tiempo libre en el aturdimiento de la modorra. Tener proyectos entre manos es una fuente de motivación, interés y vitalidad. Lo contrario es convertir la vida en algo insulso y rutinario.

Especial relevancia tendrán aquellos que impliquen relaciones con los demás: intereses recreativos, culturales, cuidado de las amistades, intensas y profundas, ricas relaciones familiares... Este tipo de proyectos que llamaremos de "calidad humana" están llenos de dificultades, y por milagro o por inercia nunca aparecen: el cultivo de la amistad, la lucha por la comunicación y el entendimiento familiar, la dificultad de llevar adelante con firmeza intereses sociales y culturales, implica soportar ciertos riesgos y esfuerzos a los que muchos renuncian por comodidad, pereza, derrotismo; en nombre de alivios o bien placeres inmediatos, o por capricho, que más tarde resultan placeres efímeros o incluso conducen a la soledad y al agravamiento del deterioro en la vejez.

Hay un grupo reducido de personas a las que en vez de faltarles los planes vitales por quedarse cortos de cálculo, tienen dificultades de carácter, como excesiva timidez, impaciencia, egoísmo rematado, irascibilidad, intolerancia despótica, etc. A lo largo de este capítulo juega un papel relevante la cultura. La pobreza, en un sentido amplio, se ve agrandada por el desinterés general de la sociedad en inculcar a sus miembros, valores que se escapen de lo estrictamente económico o profesional.

Resulta chocante que podamos viajar a planetas que se encuentran a millones de kilómetros de nosotros, sin haber logrado entendernos con nuestros familiares, amigos y vecinos, y aún a duras penas sepamos disfrutar de nuestra vida.

(ii) El fallo de las estrategias

Cuando el sujeto tiene objetivos claros, y está motivado para realizarlos, puede fracasar a la hora de llevarlos a cabo. Por ejemplo, en el momento de la jubilación o finalizamiento de las obligaciones familiares, una persona puede tener una serie de planes ideales: dará más importancia a los amigos, reemprenderá aficiones relegadas, etc. Pero se atasca a la hora de conseguir amigos con los que mantener una relación afectivamente cálida, o no acierta con las actividades adecuadas, o no calcula suficientemente bien las condiciones que le plantean los demás. En suma, puede resultar al anciano y al jubilado tan difícil realizar sus aspiraciones como al adolescente integrarse en el mundo adulto.

(iii) fallo de los otros y el derrumbe físico

Particularmente trágico resulta en la vejez las separaciones que le imponen las circunstancias. La muerte de familiares y amigos, la vida independiente de los hijos, vuelven imposible la realización de los planes vitales previstos.

La muerte de un ser querido le obliga al anciano a dar un vuelco en sus costumbres, expectativas y necesidades afectivas. Es fácil que se sienta indefenso y derrotado. Algunos ancianos se prohíben a si mismos el hacerse ningún tipo de ilusión, censurándose en sus pensamientos cuando deseen nuevas relaciones afectivas. Lo mismo cabe decir en lo que hace referencia a las necesidades sexuales y de pareja.

Comenzar nuevas amistades resulta una empresa que para ellos tiene dos filos: por una parte, se necesita invertir tiempo y esfuerzo, pero por otra, es la única alternativa de vida afectiva y social que queda. Esta dificultad hace que muchos se abandonen a una soledad más o menos asumida.

El anciano, también se ve rechazado por los demás por el mero hecho de ser viejos, como un negro es objeto de prejuicios raciales. Por ello, se las tiene que ingeniar para buscarse los ambientes adecuados y en los que pueda resurgir de las tragedias en una atmósfera de calidez.

Capítulo aparte requeriría al aislamiento debido al deterioro físico o a las limitaciones de una postración por enfermedad, que viene a agravar el panorama que hemos delineado.

Algunos ancianos tienen una vivencia depresiva frente a las limitaciones que provoca una edad avanzada, o la cercanía de la muerte; renuncian a la posible riqueza que podrían obtener rebelándose en lo posible, apostando por una especie de quietud en la que piensan que no sufrirán, aunque no suele dar el resultado perseguido sino que suele agravar la situación.

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